COCINA
INTERNACIONAL
COCINA ÁRABE
UN POCO DE
HISTORIA Y COMENTARIOS
KAFTA
Carne picada al horno
La
kafta que se elabora hoy en día de ningún modo iguala, ni en gusto ni en aroma,
a la de antaño, la de los años comprendidos entre 1950 y 1970. La modernidad (¡ah,
de la modernidad! dichosa y fastidiosa a la vez y, sin duda, destructora de
todo lo que es genuino) anuló por completo todos los requisitos naturales para
elaborar una auténtica kafta. Me refiero al pastoreo de los corderos, sus
cuidados, la forma de sacrificarlos, la conserva de la carne, la frescura de
las especias y las hortalizas, etc.
Sin
embargo, lo que en mayor medida provocó la desaparición de la kafta genuina fue
la casi total —aún quedan algunos en funcionamiento— desaparición de los hornos
primitivos y populares. Estos, en forma de cueva natural o hecha artesanalmente,
funcionan simplemente con las cáscaras de las almendras o los huesos de las
olivas. Estos residuos se colocan en una zanja en la parte izquierda del horno,
donde se procede a quemarlos. Y en la parte derecha está la explanada cementada
o adoquinada, en la cual se coloca, para su cocción, la dicha de Alá (el
pan), la kafta, los pasteles, etc.
Como
ya se habrán percatado, el brasero o el infierno y el mal, se ubica en la parte
izquierda, mientras que las «dichas» se sitúan a la derecha. En la tradición árabe
—en otras también— todo lo bueno siempre se ha relacionado con la derecha.
Por
ejemplo, con la mano derecha se saluda, con el pie derecho se entra y se sale
de casas, mezquitas y cementerios; se venera a los mayores besándoles la mano
derecha; se siembra la tierra con la mano derecha, etc. Solo cumpliendo este
rito todo, incluida la kafta, saldrá a las mil maravillas Inshalah (si
Alá quiere).
Cuando
el hornero sacaba la bandeja de la kafta del horno, se quedaba unos instantes a
mirar ufanosamente su obra de cocción, y exclamaba, como de costumbre, «¡Aláh
u akbar!» («Alá es grande»). Esta exclamación no solo es un grito de guerra,
como se dice con carácter tendencioso y reduccionista en Occidente, sino que encierra
varios significados. En este caso por ejemplo, el hornero valora su propio trabajo,
pero con tal exclamación reconoce a Alá como el más perfecto y que Él, el Supremo,
y nadie más que Él, sabe hacer obras perfectas. Así, el musulmán, al quedarse
maravillado por cualquier cosa, la comida, una película, una canción, las obras
de arquitectura, un caballo, una mujer guapa, etc., suelta inmediatamente dicha
exclamación.
El hornero, en este caso, daba las gracias a Alá y con ello al mismo tiempo
insinuaba que su obra es irreprochable; en otras palabras, se le debía pagar bien
y sin ninguna disputa. Yo, de pequeño, fui el encargado de transportar la
bandeja de la kafta desde mi casa hasta el horno y viceversa. Así, después de
hornear
la
carne, yo le decía al hornero; «Mi padre le dice que tome un pedazo» (como remuneración
por su trabajo). Él tenía, como de costumbre, el gran cuchillo ya preparado, y
cortaba un pedazo, murmurando para sí: «Según mandan los preceptos de Alá y su
profeta, o sea, lo justo». Con estas palabras, el buen hombre justificaba su «paga».
Inmediatamente, tapaba la bandeja con otra hecha de rafia o de mimbre, un pedazo
de tela o, sencillamente, un pedazo de papel. La práctica de cubrir los alimentos
en los países árabes está muy extendida. Su objetivo fundamental es apartar el
mal de ojo de los envidiosos y la mirada necesitada de los mendigos. Si uno se
tropieza con un mendigo y este llega a saber el alimento del paquete que uno lleva,
tengan por seguro que si se pasa de largo sin ofrecerle parte de dicho
alimento, esa comida será indigesta. Por esa razón, mi madre siempre me
advertía de no responder a ningún mendigo si me preguntaba sobre el contenido
de mi carga. A menudo, mi madre me desconcertaba vaciando nuestra fresquera de
los pocos alimentos que contenía y repartiéndolos entre los mendigos que
llamaban, discretamente, a nuestra puerta, mientras que otras veces me prohibía
siquiera contestarles. «Pero Yamma (mamá en árabe) —le decía—: Alá, en
el Corán, dice que al mendicante hay que contestarle con amabilidad, aunque no
se le diera nada.» Ella, como la mayoría de las madres, que en situaciones de
poquedad son buenas gestoras de la economía familiar, me contestaba huidiza y
lacónicamente: «Haz lo que te digo
y
cuando seas mayor lo entenderás».
Con
unos pequeños trapos, el hornero componía una especie de pequeño cojín, me lo
colocaba en la cabeza y encima de este bulto protector de trapos colocaba la bandeja
de la kafta; después me ponía en cada mano un pequeño trapo para sujetar la
bandeja ardiente. «Ve con Alá. —Así me despachaba el hornero—. A casa, ¡eh!» Al
principio, la bandeja ardía como la brasa, pero minutos después, en el camino
de vuelta a casa, se enfriaba. A partir de entonces, yo alargaba la mano
derecha —¡cómo no, siempre la derecha!— hacia el contenido de la bandeja y con
los dedos arrancaba un pedacito tras otro. En casa esperaban la bandeja muchas
bocas, diez hermanos, los padres, la abuela, la tía y algún añadido más. Como
es debido y habitual, a los pequeños les tocaba la peor parte y yo, algo
precavido, me aseguraba lo mío en el
camino.
Después era fácil culpar al hornero «abusón» por los trozos desaparecidos.
Mi
madre, sin saber la verdad, se limitaba injustamente a maldecir la «voracidad
del forran» (hornero). Protestar o reclamar a este último o a cualquier
otro por tal motivo, se considera, en la tradición árabe, un signo de tacañería
imperdonable. Esa dichosa virtud nuestra me evitaba una verdadera e
irremediable bronca.
Como
he dicho antes, los hornos genuinos ya están casi totalmente extinguidos.
Todas
las casas tienen sus propios e insípidos hornos eléctricos. Si escasean los hornos
populares, pasa lo mismo con los niños, que ya no pululan por las callejuelas
de Oriente Medio; chiquillos alegres que jugaban a las canicas y otros juegos infantiles,
mientras esperaban la cocción de la kafta o el pan. Hoy en día, mientras la kafta se cuece en los hornos particulares «modernos», la mayoría de los
niños tragan, sentados y sin pestañear, las series televisivas de Mazinger Z y
todos los Rambos, habidos y por haber.
Kafta
Carne picada al horno
Ingredientes:
(para 4-5 personas)
- ¾ a 1 kg
de carne picada (2-5 veces picada)
- 2
cebollas grandes, cortadas a trocitos muy pequeños o picadas con carne
- ½ kg de
tomate natural, cortado en rodajas de 1 cm de grosor cada una
- 200 g de
tomate natural rallado o tomate frito
- 2
cucharaditas de fulful bhar
- 2
cucharaditas de sal
- 200 g de
perejil fresco, nunca seco, cortado a trocitos muy pequeños
- 1 ramito
fresco de cilantro
- ½ kg de
patatas, peladas y cortadas en rodajas de ½ cm de grosor
- 1
cucharada grande de mantequilla clarificada
- 2
cucharadas grandes de aceite virgen
- 50 g de
piñones
- Zumo de 1
limón grande
Elaboración:
Unte la bandeja del horno con mantequilla. En la misma
bandeja, amase la carne con el perejil, el cilantro, la cebolla, una cucharada
de sal, una cucharadita de especias y el aceite. Esta masa bien mezclada, se
aplana y se extiende en forma rectangular en la bandeja con la kaf (palma de la
mano), con un máximo de 1 cm
de grosor. Hay que dejar una franja libre de 1 cm de
anchura entre la carne y los bordes de la bandeja.
Introduzca la bandeja en un horno integral (emana energía
por arriba y por abajo) a 250 °C durante 20 minutos.
Mientras se cuece la carne, fría en aceite las patatas
cortadas en rodajas.
Prepare una salsa de tomate natural. Ponga el tomate
rallado en un recipiente y añada el zumo de limón y las restantes cucharadas de
sal y especias.
Remueva bien todo el contenido durante 2 minutos. Se puede
sustituir esa salsa con una lata de tomate frito. Mi recomendación sería una
mezcla de ambas, la natural y la de lata, a partes iguales.
Retire la bandeja del horno y cubra la carne con las
patatas fritas. Sobre las patatas, disponga las rodajas de tomate natural y por
encima de las tres capas (la carne, las patatas y los tomates) vierta la salsa
de tomate, cubriendo la capa de la
carne. Para adornar, coloque piñones encima de las rodajas
del tomate.
Introduzca de nuevo la bandeja en el horno y caliente a
200 °C la parte superior durante 15-20 minutos, tiempo suficiente para dorar
los piñones y las rodajas de los tomates.
Retire la bandeja del horno y póngala en el centro de la
mesa, para que los comensales la vean recién hecha; después de la aprobación de
los presentes, sirva en platos individuales. Siempre y en primer lugar los
invitados y el padre de la familia se llevan la mejor parte.
Se come siempre con pan y, en algunas regiones, se sirve
acompañada con un poco de arroz.
SALAH JAMAL
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